A lo lejos, alguien con zancos, en primer plano, una niña de ojos penetrantes con un cigarro en la mano. A la derecha, cortada por el encuadre, otra niña, de espaldas, que dirige la mirada de nuevo al zancudo. La silueta del camino dirige de nuevo la mirada a los potentes ojos de la niña del cigarro. La arboleda se abre en el extremo izquierdo, dejando una muesca blanca que da equilibro al torso rectangular.
La imagen evoca la dura vida trotamunda de la gente feriante y circense. Familias siempre en el camino que arrastran al desarraigo a sus hijos y que destruyen sus infancias muy pronto. Los ojos de la niña, su seriedad, su pelo enredado, narran mil historias de sufrimiento. Se protege de nosotros, los adultos, cubriendo su débil cuerpo con el brazo, y nos muestra su codo como única arma defensiva.
La foto no es más desgarradora, o sí, porque conocemos quiénes son en realidad estos niños. A quien está dedicando la niña esa mirada perturbadora no es precisamente un hombre desconocido y peligroso. En realidad quien está detrás de la cámara es la madre de la niña, la fotógrafa Sally Mann. Los tres personajes de la fotografía son sus hijos. En realidad todo es un artificio, o no, de una vida difícil.
Sally Mann (1951). En 2001 recibió de la revista Time el premio de mejor fotógrafa estadounidense.
Portfolio: https://www.sallymann.com

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